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Vida de una Potter de Sofiaekatherina

  • Katherine Black
  • 13 dic 2016
  • 27 Min. de lectura

Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas..

Hola mis queridos lectores, hoy les traigo una historia nueva sobre la hermana de James Potter, esta historia es de Sofiaekatherina y la puedes encontrar en wattpad.

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El expreso de Hogwarts

1° de septiembre de 1972

Katherine Potter se encontraba cruzando King Cross de la mano de su madre. Más adelante, su padre llevaba el carro que transportaba su baúl, y el de su hermano.

Sentía un nudo en el estómago mientras se acercaba cada vez más al muro que la llevaría a la estación nueve y tres cuartos, donde un tren escarlata la estaría esperando para llevarla por primera vez, a Hogwarts.

Eran tantas las interrogantes que rondaban por su cabeza que casi no había pegado ojo en toda la noche ¿Haría amigos? ¿Le serían complicadas las materias? ¿Sería una buena estudiante?

Y la más importante, la que se repetía una y otra vez:

¿Entraría a Gryffindor?

Aunque, entre pregunta y pregunta, había también pensamientos totalmente al azar como: Aquel muggle tiene los cordones desatados, se caerá.

Efectivamente, unos segundos después, el muggle tropezó y cayó de cara al suelo de piedra pulida. La pequeña rió levemente, mientras en su mente aparecía una nueva incógnita:

¿Era esa una muestra de magia incontrolada de su parte? ¿Ya podía ser expulsada de Hogwarts o primero debía entrar al castillo?

Pero esas cuestiones estaban ya siendo olvidadas, pues a la mente de la pequeña regresaba la misma preocupación que tenía incluso de antes de recibir la carta de Hogwarts:

¿Entraría a Gryffindor?

Intentaba recordarse que no era tan importante. A fin de cuentas su madre, como gran parte de su familia, había sido una Slytherin. Pero aun así, Kat había pasado demasiada parte de su infancia oyendo a su padre hablar de Gryffindor (y desde el año anterior, a su hermano) que estaba segura de que nunca podría estar en otra casa que no fuera la de los leones.

La castaña observó como su padre y su hermano se detenía a tan solo unos pasos de la pared que separaba las plataformas nueve y diez. James se giró y le guiñó un ojo a su hermana, para luego traspasar la barrera.

James era mayor que ella por tan solo un año. Cuando eran niños, algunos incluso pensaban que eran gemelos. Y aunque el tiempo había hecho su trabajo, todavía compartían varios rasgos en común. Las mismas expresiones al sorprenderse, la insoportable necesidad de jugar con su cabello al ponerse nerviosos y los mismos ojos castaño cálido.

Según su madre, Kat había heredado bastantes rasgos de su familia materna, los Black. Pero eso no tenía por qué significar que fuera a quedar en Slytherin ¿Verdad?

–¿Estás lista cielo?–. Varias hebras pelirrojas se salieron del peinado de Dorea Potter cuando ésta bajó la cabeza para observar a su hija.

La pequeña colocó un mechón de cabello castaño detrás de su oreja y, conteniendo la respiración, apresuró el paso y se lanzó hacía el muro. Sin poder evitarlo, la castaña cerró los ojos un segundo antes de cruzar.

Sintió como el hombro de alguien chocaba contra su brazo. Abrió los ojos para encontrarse unos orbes grises observándola con superioridad y desagrado. Pertenecían a un niño de no más edad que ella, con cara alargada y algunos centímetros más bajo.

Kat estuvo a punto de abrir la boca para disculparse, cuando vio la expresión de arrogancia en la cara del chico.

–Deberías tener más cuidado niñita tonta ¿No te han enseñado educación?– le preguntó de mala manera una mujer, tomando al oji–gris por los hombros.

–Con todo respeto señora–respondió Kat de la forma más amable que pudo, intentando contener su molestia –son ustedes los que están estorbando–.

Antes de recibir una respuesta, los Potter, que habían cruzado la barrera mientras su hija hablaba, le indicaron que siguiera avanzando. La pequeña obedeció.

Se detuvieron a un par de metros de las vías y su padre fue a dejar el baúl de su hija dentro del tren.

–¿Asustada hermanita?– preguntó James, apareciendo de repente a su lado. Detrás de él se veía a dos chicos de su edad.

–¿Debería?– contestó la aludida, aun sabiendo que el tono de altanería no engañaría a su hermano mayor. El chico sonrió y en un intento de animarla, pasó su brazo derecho por sobre los hombros de Kat haciéndola dar media vuelta, de forma que quedaban frente a frente con los que al parecer, eran sus amigos

–Ellos son Remus– señaló al castaño a su lado –y Sirius– un chico similar en aspecto con el que acababa de chocar le sonrió como forma de saludo.

En realidad, las presentaciones eran más bien una formalidad. Su hermano se había pasado casi todas las vacaciones contándole sobre sus amigos y todas las aventuras (también conocidas como “travesuras”) y bromas que había hecho a lo largo del año. Para ese momento, Kat sentía que conocía a los chicos como si ella misma hubiera pasado un año con ellos.

–Vi que chocaste a mi hermano menor al entrar– comentó Sirius. –La próxima golpéalo en la cabeza. Tal vez así se le pasa la idiotez–

La niña sonrió.

–En realidad, él me golpeó a mí, pero lo tendré en cuenta–

–¡SLYTHERIN!–

La niña de cabello dorado se quitó el sombrero seleccionador y caminó con timidez hacia la mesa de su casa, que aplaudía entusiasmada.

–Potter Katherine Dorea– llamó la profesora Mcgonagall. Kat sentía un nudo en el estómago mientras se obligaba a avanzar hacia el frente. Había olvidado como respirar y temía que sus piernas le fallaran y cayera frente a todo el mundo. Por suerte, logró llegar hasta el banquillo y sentarse. La profesora McGonnagal le empezó a colocar el sombrero seleccionador en la cabeza. Apenas y llegó a cubrir la mitad de su frente, que este ya exclamaba para todo el colegio:

–¡GRYFFINDOR!–

Una enorme sonrisa iluminó el rostro de Kat quien, aliviada, casi corrió a tomar asiento en la mesa de su nueva casa. James estaba de pie mientras aplaudía con los demás Gryffindors.

–¡Esa es mi hermana!– vociferaba su hermano con orgullo mientras la pequeña se acercaba hacía él y tomaba asiento entre Sirius Black y el mayor de los Potter.

–Y dejaré de ser tu hermana si no dejas de hacer el ridículo. Ya siéntate James– le dijo Kat sonrojada por la vergüenza, aunque en su interior no podía dejar de alegrarse por ver como su hermano se enorgullecía de ella

Todos los que la oyeron soltaron una carcajada especialmente Sirius, Remus y Peter, al cual había conocido en el tren.

Por suerte, James hizo caso y tomó asiento rápidamente, aunque la sonrisa de orgullo no se le borró en toda la noche.

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Hasta aquí llega el capítulo, espero les haya gustado y bueno, hasta la próxima.

Katherine Black.

Travesura realizada.

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(13/12/2016)

Vacaciones con un toque de Black

16 de julio de 1976

Katherine Potter bajaba las escaleras de su casa al mismo tiempo que se sujetaba el húmedo cabello en un desordenado moño cuando el timbre se hizo oír. Sin pensarlo mucho, la castaña de quince años se dirigió hacia la puerta mientras se preguntaba por qué su madre no había hecho ya acto de presencia. Era una noche fría para ser verano, pero hacía ya un par de años que las temperaturas eran más bajas de lo usual, incluso en esa época.

Olvidando por completo todas las advertencias de su madre sobre no atender sin estar cien por ciento segura de quien estaba del otro lado, Katherine tomó el frío pomo de metal y abrió la puerta sin reverencia alguna.

–¡Merlín!– exclamó con un susurro, sin poder creer en lo que veía frente a su puerta.

–No, no Merlín. Aun mejor: ¡Sirius!– bromeó el chico, con la sonrisa sarcástica que empezaba a ser característica en él. Kat salió de su sorpresa y rodó los ojos.

–¿Qué demonios haces aquí Black?–

–Esa no es forma de tratar a tus invitados– dijo el chico haciéndose el ofendido.

–Aun no te dejo entrar, por lo que técnicamente no eres mi invitado– replicó Kat aunque tres segundos después, se movió y abrió la puerta un poco más, permitiendo que el oji–gris ingresara a su hogar.

–¿Es que con cada año que pasa se pone más bueno?– pensó mientras cerraba la puerta. Y es que era imposible negar el atractivo físico de Sirius Black. Con espalda ancha y brazos fuertes gracias en parte a su puesto de golpeador en el equipo de quidditch de Gryffindor, parecía haber crecido al menos cinco centímetros desde la última vez que lo había visto, hacia tan solo dos semanas. El cabello negro azulado se encontraba algo despeinado, probablemente debido al tic que le habían contagiado los Potter de toquetearse el pelo cuando estaba nervioso. O enojado. O feliz. O recién levantado.

Kat se levantó la mano izquierda y tironeó de forma que los mechones más cortos al lado de su oreja se separaron del recogido, al mismo tiempo que se reprendía a sí misma por pensar idioteces e intentaba que su cara no delatara sus pensamientos. Por suerte, el recién llegado estaba dándole la espalda.

–¿Qué está pasando aquí?– preguntó Dorea Potter, quien por fin se había decidido a hacer acto de presencia –¿Sirius? ¡Creí que no podrías venir estas vacaciones!– aunque alegre, el tono de voz de voz de la mujer tenía una curiosidad mal disimulada.

El chico se removió en su lugar, incomodo ante la pregunta

–En realidad, escapé– confesó el chico de cabello negro, perdiendo del todo la sonrisa que había mantenido desde que Katherine le abrió la puerta. –No pude soportarlo más y este fue el primer lugar que se me ocurrió–.

A pesar de haber dejado a ambas sin palabras, la menor de los Potter no se sorprendía en absoluto de que el amigo de su hermano se hubiera ido de casa. Y estaba segura de que su madre tampoco lo hacía. Sirius no era conocido por tener la mejor relación con su familia precisamente, y el pobre tenía sus motivos. Los Black eran conocidos por su afinidad por las artes oscuras y su desprecio a todo aquel que tuviera una gota de sangre muggle corriendo por sus venas. Se casaban entre primos para mantener su “estatus” y despreciaban a todo aquel que no estuviera de acuerdo con sus ideales. En resumen, todo aquello que Sirius despreciaba.

La castaña hizo contacto visual con el joven y notó que sus ojos se encontraban apagados como nunca. Le recordaban al gris más oscuro de las nubes de tormenta, esas que hacían que el día se transformara en noche y las farolas de las calles se encendieran a deshora.

–Sé que molesto, pero si no me quieren aquí solo les pido que me dejen quedarme esta noche y…– el chico no pudo continuar ya que Kat lo interrumpió.

–Oh ya cállate. Sabes perfectamente que nadie va a echarte. Siempre has sido bienvenido en esta casa y siempre lo serás– la castaña se cruzó de brazos y lo miró con reproche.

–Katherine tiene razón Sirius. Quédate todo el tiempo que quieras– la apoyó su madre. Kat curvó los labios en una pequeña sonrisa. Sirius se la devolvió y la castaña pudo ver cómo el brillo regresaba a sus ojos. –Vamos, siéntate, ya habrá tiempo para guardar tus cosas ¿Has comido algo? Por Merlín estás helado–. Dorea obligó al chico a sentarse en uno de los sillones blancos que ocupaban el centro de la sala.

–Iré a preparar té. A eso bajaba, de todos modos– dijo Kat, dedicándole una última sonrisa al oji–gris antes de dirigirse a la cocina.

2

13 de agosto de 1976

–Voy a hacerte pedazos Potter– exclamó Sirius mientras se sentaba en un sillón con estampado floreado. Ambos amigos se encontraban en el segundo piso de la casa, más específicamente, en la pequeña biblioteca de la casa de los Potter

Aunque la lluvia nunca había detenido a James Potter cuando quería jugar Quidditch, una tormenta de viento, agua y rayos, sí que detenía a Sirius. Y, con el argumento de que un día sin Quidditch no mataba a nadie, pero un rayo sí, el oji–gris había logrado lo que solo Dorea había conseguido antes: James Charles Potter pasaría un día sin tocar su escoba.

–Sigue soñando canuto. 5 galeones a que te gano–

–Pff, acepto. ¿Es qué no recuerdas quien ganó la última vez?–

–Si mi memoria no falla, fue Remus– comentó Katherine sin despegar la vista del libro que leía. Estaba sentada en un gran y cómodo sillón situado al lado de la ventana. La chica tenía el cabello castaño suelto cayendo en ondas hasta la mitad de la espalda

–Pero yo quedé antes que James– refutó Sirius

–Y después de Peter– replicó la chica, apenas levantando la mirada del libro.

–Como sea– Sirius dio por terminada la conversación y se dispuso a preparar la mesa de juego mientras su mejor amigo se limitaba a reírse de él.

–¿Puedo contar con tu apoyo moral hermanita?– preguntó el chico de anteojos dirigiendo su mirada hacia ella. El pobre tenía el cabello más desordenado con cada día que pasaba. La aludida miró el juego y lo pensó por unos segundos

–¿A mi adversario? Yo creo que no– contestó levantándose del sillón. Dejó el libro boca abajo donde segundos antes estaba sentada y caminó desperezándose hacia donde estaban los chicos.

Media hora después, Katherine se burlaba de ambos chicos haciendo tintinear en sus manos varias monedas de oro.

3

31 de agosto de 1976

Katherine movió la mano que sostenía la taza de té una fracción de segundo antes de que su cuerpo chocara con el de Sirius.

Aunque el rápido movimiento evitó que terminara empapada con agua caliente, no hizo nada por evitar que la mitad de la infusión terminara quemando la piel de su mano. La chica logró contenerse de soltar la taza y, en cambio, la tomó con la otra mano, mordiendo su labio inferior para ahogar un quejido de dolor.

–Lo siento mucho Kat ¿Estás bien?– preguntó Sirius susurrando para no despertar a nadie. Su voz denotaba preocupación.

–Sí, sí. Solo que no lo vi venir– le dio al chico una sonrisa para tranquilizarlo mientras se sacudía la mano dañada para quitar las gotas de agua caliente que todavía resbalaban por ella.

–Ven, te ayudaré con eso– sin dejarle tiempo a negarse, la tomó con suavidad del brazo izquierdo y la arrastró escaleras abajo, hacia la cocina.

Era ya pasada la medianoche. La casa se encontraba silenciosa y oscura, apenas alumbrada por la luz de la luna que se colaba por las rendijas de las persianas. Los demás habitantes de la casa estaban ya profundamente dormidos.

Y con motivos. En tan solo algunas horas partirían de vuelta a Hogwarts.

–¿Qué hacías despierto?– preguntó Kat mientras bajaban los últimos escalones.

–Horarios cambiados, supongo. Nos pasamos todo el verano despiertos hasta tarde. En cambio Cornamenta no ha tenido ningún problema en caer desmayado sobre su cama– contestó el chico de ojos grises, aun sin soltar el brazo de la castaña –¿Qué hay de ti?–

–Oh ya hace unos años que he agarrado la costumbre de trasnochar. Me he acostumbrado a dormir poco– se encogió de hombros, restándole importancia. Entraron a la cocina y ambos entrecerraron los ojos mientras se acostumbraban a la luz. Sirius le indicó que tomara asiento y ella se subió a la mesada de un pequeño salto, no sin antes dejar la taza medio vacía a un lado. Mientras tanto, el chico tomó un trapo limpio de uno de los cajones y lo metió bajo un chorro de agua fría.

–Estoy bien Sirius. No es necesario que me ayudes– le dijo la castaña, aunque en el fondo el gesto le parecía casi adorable.

–No, pero quiero hacerlo. Además fui yo el que chocó contigo– contestó el aludido con voz calmada, cerrando el grifo y estrujando el trapo para quitar el exceso de agua. La chica rodó los ojos ante la respuesta

–Como tú digas–

Sirius se acercó a ella y envolvió su mano derecha con el trapo mojado. Como si hubiera empapado la tela en una poción curativa en vez de agua, el ardor que sentía se alivió casi por completo.

–Gracias– dijo la castaña, conectado su mirada con la del chico. Fue entonces cuando notó que sus ojos se encontraban apagados y tristes.

–¿Estás bien?– la castaña observó como el chico desviaba sus ojos grises de los de ella, como si lo hubieran descubierto haciendo algo malo.

–¿Sabes que puedes confiar en mí, verdad?– le dijo, moviendo la cabeza para buscar nuevamente su mirada. Efectivamente, el chico volvió a levantar la vista.

–Claro que sí. Y lo hago Kat, es solo que…– Sirius volvió a dudar, pero luego decidió que debía abrirse con ella –Es Reg–.

Regulus Black, el Slytherin por excelencia. Y el único miembro de su familia por el que Sirius aún sentía algún afecto.

–Piensa unirse a los mortífagos cuando acabe Hogwarts– le reveló el oji-gris. Frustrado, se apoyó con los brazos sobre la mesada –No pude hacer nada para que cambie de idea. Lo perdí. Esta vez sí que lo perdí–.

La voz del chico irradiaba dolor. Bajó la cabeza y se sacudió el cabello con la mano izquierda.

Sin estar muy segura de lo que hacía, la chica colocó su mano sobre la de él.

–No es tu culpa. Si tu hermano eligió ir por ese camino es porque es un idiota que se cree las estupideces que tus padres le cuentan– dijo Kat, intentando consolarlo. –No puedes culparte por eso. Fue su decisión, no la tuya–.

Entendía perfectamente por qué Sirius estaba tan inquieto. En unas pocas horas volverían a Hogwarts y, por más que intentaran evitarse, tarde o temprano, los hermanos se encontrarían. Cuando de evitar a alguien se trataba, el castillo parecía no ser lo suficientemente grande.

–Lo sé– contestó el chico suspirando, –supongo que todavía tenía esperanzas con él–.

Separó un poco los dedos de su mano, permitiendo que Kat los entrelazara los suyos. Luego, Sirius levantó la cabeza y la observó, para encontrarse con una sonrisa de apoyo por parte de la chica.

El chico le sonrió en respuesta. Se quedaron así varios segundos, hasta que Kat se dio cuenta de lo extraña que era la situación y decidió salir de ella antes de que se volviera incómoda. Deslizó suavemente su mano de la de Sirius y bajó de la mesada con un pequeño salto.

Lamentablemente, el chico pareció recordar la mano quemada de Katherine, porque volvió a tener una expresión preocupada.

–¿Segura que está bien?– le preguntó, señalando la mano envuelta en el trapo húmedo. La castaña volvió a poner los ojos en blanco.

–Sí, rey del drama. El agua ni siquiera estaba tan caliente. Y ya no me arde–.

Mientras hablaba volvió a colocar agua a hervir y se acomodó el cabello castaño detrás de la oreja.

–Bien, bien, solo quería asegurarme– contestó, levantando las manos en señal de rendición. –Creo que me voy a dormir. Buenas noches Kat–.

–Buenas noches– saludó ella, sin darse la vuelta.

El chico se encaminó hacia la puerta, pero se detuvo al llegar al marco. Se dio la vuelta y volvió a mirar a la castaña.

–Gracias–

Esta vez, la chica levantó la cabeza y posó sus ojos castaños en él. Observó como el chico parecía dudar en algo, para luego negar para sí mismo y desaparecer en la oscuridad del salón.

Confundida, Kat siguió preparando su té, ignorando completamente que en el piso de arriba, James Potter se encontraba amenazando de muerte a su mejor amigo.

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El amor invade Hogwarts

13 de marzo de 1978

Kat maldecía en silencio a los fundadores de Hogwarts mientras tironeaba para sacar su pierna del escalón falso.

Era sábado en la mañana y la mayor parte del alumnado todavía dormía en sus camas. Katherine, acostumbrada a dormir poco, había pasado la noche leyendo sobre las guerras entre los gigantes y preguntándose como lograba Binns, el ya hacía tiempo muerto profesor de Historia de la magia, hacer que hechos tan interesantes se volvieran algo tan aburrido. Al ver que amanecía, la castaña decidió responder una carta a su madre. Y en eso estaba, camino a la lechuceria, cuando su pie izquierdo no tocó el suelo y terminó medio en el suelo y su pierna firmemente atrapada entre el escalón de arriba y el de abajo.

No era la primera vez que le sucedía. Normalmente era Andy quien le advertía cuando saltar los escalones, pero la morena se encontraba disfrutando de sus horas extras de sueño, por lo que Kat dependía de sí misma.

Cuando por fin logró sacar su pierna, levantó la carta del suelo y, con dolor, retomó su camino.

Llegó sin más inconvenientes hasta el corredor que unía el castillo con la torre donde, en lo más alto, cientos de lechuzas tenían su lugar de descanso.

En el momento en que la puerta se cerraba detrás de ella, Regulus Black bajaba con rapidez el último escalón de la torre. Kat, por instinto, amagó a sacar su varita, guardada en un bolsillo especial de su túnica. El menor de los Black tendía a intentar hechizarla cuando se encontraban, aunque la castaña no terminaba de entender porque se ensañaba con ella. Tal vez fuera por su relación con Sirius, o tal vez por pura malicia. Fuera lo que fuera, esta vez el chico se limitó a pasar por su lado sin siquiera dirigirle un vistazo.

Extrañada, Kat siguió su camino, preguntándose porque Regulus parecía de tan mal humor.

La respuesta la consiguió en lo alto de la torre, donde Sirius se cubría la cara con las manos en señal de frustración.

El joven pareció notó su presencia enseguida y le dirigió una sonrisa irónica.

–¿Por qué siempre me encuentras cuando estoy mal?–.

Kat se encogió de hombros.

–Coincidencia– contestó acercándose a la lechuza parda de su hermano, en la otra punta de la torre. –O quizás soy una acosadora y te estoy siguiendo, esperando mi oportunidad para consolarte y tenerte en mis brazos–.

–No necesitas llamar mi atención, ya la tienes– respondió Sirius luego de soltar una leve carcajada. Ella se limitó a terminar de atar su carta a la pata de la lechuza, sin contestar. Cuando el animal abrió las alas y emprendió vuelo, Kat se giró y observó al oji-gris.

–¿Vas a contarme que pasó?– se acercó a él y se sentó en el marco de la ventana, a su lado.

–Llegué tarde, de nuevo– respondió el chico.

–Explícate bien– sabía que no debía forzarlo demasiado, porque Sirius no era muy abierto con sus problemas, incluso con James. Pero Kat no podía consolarlo si no comprendía lo sucedido.

–Yo… tenía la esperanza de lograr convencerlo durante el curso, pero solo pude hablar con él un par de veces en todo el año. Y ahora es demasiado tarde– contó el chico luego de varios segundos de silencio.

–Nunca es demasiado tarde– replicó. Sirius sonrió con tristeza.

–Esta vez si lo es. Tiene la marca Kat. Su marca–.

A la chica le costó varios segundos asimilarlo. Cuando lo hizo, palideció un poco ¿Qué clase de cosas había hecho Regulus Black para lograr ingresar en el círculo más cercano al innombrable con solo dieciséis años? No quería ni imaginarlo.

Kat rodeó a Sirius con sus brazos.

–Hiciste todo lo que pudiste Sirius. No es tu culpa. Sé que no lo crees pero así es–.

El oji-gris no contestó y ella no dijo nada más. Se quedaron así, abrazados en silencio, rodeados de lechuzas. Pasó mucho tiempo hasta que la vista de la castaña se dirigió por casualidad al reloj en la muñeca del joven.

–Deberíamos ir a desayunar– comentó. Desenredó sus brazos del cuerpo de Sirius con desgano y bajó de un salto del lugar donde estaba sentada. Empezó a avanzar hacia las escaleras cuando escuchó la voz de Sirius.

–¿Quieres ir conmigo a Hogsmeade la próxima salida?–.

Kat se detuvo y volvió su mirada al chico.

–¿Qué?–.

–Te estoy pidiendo una cita– Sirius la miraba con una seriedad inusual en él. –Tú. Yo. Hogmeade–.

–Siriuuss– dudó ella.

–Vamos Kat– insistió el chico, acercándose –Me gustas y lo sabes ¿Qué puede salir mal?–

La chica sonrió con burla.

–Sí ¿Qué puede salir mal de involucrarse con el rompecorazones del colegio y que además es el mejor amigo de mi hermano mayor?– dijo con sarcasmo.

–Como si James no lo esperara– argumentó él.

–Como si necesitara la aprobación de mi hermano–.

–Pues yo si la necesito. Y si te sirve de algo, hace meses no salgo con nadie–

–Todo un récord– el sarcasmo seguía en la voz de Kat, quien se había cruzado de brazos.

–Vamos Kat. Una oportunidad. Te quiero. He esperado por si se me pasaba, pero el sentimiento solo aumenta– Sirius se encontraba a solo medio metro de distancia. Sus ojos brillaban y parecía sincero.

–Eso es lo más cursi que has dicho en toda tu vida Black ¿Estás seguro que eres tú?– preguntó ella. La cercanía empezaba a formarle un nudo en el estómago.

Sirius sonrió, sabiendo que era la forma de Kat de decir que sí

–Tu culpa– La distancia se acortaba con rapidez. La castaña podía ver con detalle cada rasgo del chico.

–El beso normalmente va después de la cita ¿Sabes?– comentó cuando sus narices se rozaron. Cerró los ojos.

–No me gustan las reglas– Replicó Sirius.

–Mejor. Soy bastante impaciente–.

La distancia desapareció por completo y se sumieron en un beso lento pero deseado.

2

15 de marzo de 1978

A dos meses de que el curso escolar terminará, Katherine no podía estar más estresada.

–Ni siquiera los TIMOS me complicaron tanto la vida– pensó con frustración.

–¿Has terminado con los deberes para Mcgonagall?– preguntó Andy, su mejor amiga, mientras desayunaban en la mesa de Gryffindor.

–¿Había deberes?– preguntó Kat mirando a su amiga con los ojos abiertos de la sorpresa. Ella le dirigió una mirada de obviedad al mismo tiempo en que se estiraba sobre la mesa buscando un trozo de tarta de chocolate. Kat suspiró con fuerza y golpeó su frente contra la mesa, llevándose las manos a la cabeza. Se quedó así por unos segundos y luego volvió a sentarse correctamente.

–Pues Mcgonagall tendrá que ponerme un maldito cero, porque no pienso entregarle el estúpido trabajo, sea cual sea–. Dicho esto, tomó una gran porción de tarta y empezó a devorarlo, mientras volvía la vista al tomo de “criaturas mágicas y donde encontrarlas” abierto frente a ella.

Varios minutos después, la castaña observo como su hermano cruzaba solo las puertas del gran salón y empezaba a avanzar hacia la mesa con decisión.

A pocos metros, las miradas de ambos hermanos se unieron. Kat, adivinando la intención de su hermano, le sonrió intentando transmitirle confianza. Nunca había visto a James tan nervioso. Normalmente era él quien le inspiraba confianza y no viceversa.

El chico se detuvo al lado de Lily Evans, quien se encontraba sentada frente a Andy. Hizo amague de revolver su cabello, pero a último minuto pareció recordar que la pelirroja odiaba cuando lo hacía, por lo que se detuvo.

–¿Lily?– llamó James, dudoso de si llamarla por su nombre. Katherine levantó la mano y se acomodó un mechón de cabello. A su lado, Andy también escuchaba atenta sin disimular en lo absoluto. La oji verde frente a ellas suspiró con cansancio para luego levantar la mirada hacia el chico que la llamaba.

–¿Si Potter?–.

–Me preguntaba si te gustaría, no sé, ir conmigo en la próxima salida a Hogsmeade– el chico estaba casi suplicando.

–No–.

La voz de Lily era indiferente, como si contestara por costumbre. Katherine cerró los ojos. Casi pudo oír el corazón de su hermano rompiéndose en millones de pedazos. Abrió los ojos para ver la reacción de James.

–Bien– la voz del chico había perdido todo sentimiento. –Siento haberte molestado Lily, no volverá a pasar– el chico se dio la vuelta y se fue. Katherine no pudo evitar sentir un enorme peso en su corazón mientras veía a su hermano salir del salón comedor.

Conteniendo las ganas de lanzarle una maldición asesina a la pelirroja, Katherine respiró profundo y preguntó.

–¿Por qué?–.

Lily frunció el ceño y la miró.

–¿Por qué Evans?– repitió.

–Que haya estado comportándose como una persona normal durante unos meses no significa que realmente haya cambiado. No soy el capricho de nadie–.

Katherine la miró decepcionada.

–Al menos no eres lo suficientemente idiota como para negar que te gusta. Sabes que no puedes mentir tan descaradamente bien como para eso– respondió Kat. Los ojos esmeraldas de su interlocutora se abrieron con sorpresa. Con su orgullo tan alto como el techo del gran salón, Katherine se fue en busca de su hermano mayor.

3

Recorrió varios pasillos hasta que lo halló en uno de los atajos que llevaban directamente a la torre de Gryffindor. James Potter se encontraba sentado en el piso, con la espalda contra la pared y la vista en el suelo.

Katherine avanzó hasta su hermano y se puso de rodillas a su lado.

–Sirius me advirtió ¿Sabes?– la voz destrozada de su hermano le hizo desear que Lily Evans nunca hubiera nacido –olvídala, me dijo, olvídala antes de que salgas herido– el chico levantó la vista hasta posarla en su hermana, quien lo observaba con empatía. Cuando vio que las lágrimas empezaban a caer detrás de sus lentes, Kat las secó con sus pulgares. No iba a permitir que las mejillas de su hermano se llenaran de lágrimas.

–Sirius te ama ¿Lo sabes? dale una oportunidad. Los merodeadores no pueden con dos de sus integrantes con el corazón roto. Y al menos ustedes merecen ser felices–

–No te rindas James. Por favor no te rindas– y lo abrazó. El chico la rodeo con los brazos y colocó su cabeza en el hombro de su hermana. Ambos se quedaron allí por varios minutos, sin percatarse de la pelirroja que había oído toda la conversación.

4

24 de marzo de 1978

Katherine Potter salió de Honeydukes con una gran bolsa de dulces en sus brazos y una hermosa sonrisa en el rostro. Detrás de ella, Sirius Black salió de la tienda con una expresión aún más alegre que la de la castaña.

La puerta del local se cerró a sus espaldas acompañada con el sonido de campanillas. A pesar del frío, el cielo se encontraba totalmente despejado, perfecto para una salida al pequeño pueblo de Hogsmeade.

Empezaron a caminar por la calle sin rumbo alguno. Kat escarbaba en la bolsa en busca de algún dulce. Ofreció una varita de regaliz a Sirius, pero este la rechazó negando con la cabeza y colocó las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta de piel de dragón. La chica se encogió de hombros y le dio un mordisco a una pluma de azúcar.

–¿A dónde quieres ir?– preguntó el oji-gris deteniéndose en una esquina.

–Lejos de las miradas asesinas de todas y cada una de las estudiantes de Hogwarts que pasan– respondió Kat divertida. No es que le importara lo que los demás pensaran, pero que cada fémina que se cruzaran tuviera sus ojos sobre ella la incomodaba.

Sirius soltó una carcajada y, tomándola de la mano, la guió a una calle menos concurrida. A mitad de camino, la menor de los Potter notó hacia donde la dirigía el chico. Ambos caminaron con tranquilidad, hablando de todo y nada a la vez. Y es que Katherine era una de las pocas personas con las que Sirius no necesitaba estar constantemente bromeando para estar de buen humor. La tranquilidad que irradiaba la castaña era tan contagiosa que podía incluso con la hiperactividad de Sirius Black.

–Oí que empiezan a llamarla la Casa de los Gritos– comentó Kat mientras ambos se quedaban observando la mansión gris que se alzaba unos metros más adelante.

–Y yo que es la casa más embrujada de Inglaterra– respondió con una sonrisa irónica. El chico apoyó los brazos en uno de los postes que sostenían el alambrado.

–Embrujada por los merodeadores– replicó burlona.

–Pues claro. Somos tan geniales que atraemos hasta a los más malignos fantasmas ¿No lo sabías?– Sirius se dio la vuelta para mirarla. Katherine rió al comentario, pero Sirius ya no prestaba atención. Sus ojos estaban centrados en una pareja que caminaba por el camino de adoquines que unía el pueblo con el castillo.

–Date la vuelta y dime que estoy delirando– le pidió el chico sin desviar la mirada. Confundida, la castaña obedeció, solo para quedarse tan impactada como él.

A pesar de la lejanía, Kat podía distinguir perfectamente las figuras de James Potter y Lily Evans caminando uno al lado del otro.

–Merlín santo– Susurró la chica. Se quedaron varios segundos asimilando la noticia. Luego, sonrieron.

–No lo puedo creer. El muy idiota lo logró– dijo Katherine, sin salir de su asombro.

–Maldito sea, siempre consigue lo que quiere– exclamó el oji-gris, protestando como un niño pequeño.

–Oh, cállate que tú eres igual. Además, la pelirroja se lo complicó bastante– replicó Kat, aun sonriendo.

–Vale ¿Qué tal si vamos y arruinamos el momento de tu hermano?–

Katherine sonrió con malicia

–¿Y qué estamos esperando?–.

El día en que Lily Evans perdió su orgullo

Cinco horas antes…

Kat y Andy caminaban por los pasillos de Hogwarts, charlando tranquilamente. Porque a diferencia de la opinión pública, Andy Anderson podía ser tranquila a veces. Solo a veces. Aunque en realidad, era más bien preocupación lo que sentían en ese momento.

–No puedes culparte por lo de James Kat– exclamó la morena –¿Crees que tu hermano querría que no salieras a divertirte solo por él?–.

Y era un buen punto. Aunque Katherine no le había contado a nadie lo que realmente había ocurrido con su hermano aquel catastrófico día en el que James se dio por vencido, Andy conocía al merodeador y no necesitaba que se lo revelaran de forma tan explícita como para saber por dónde había ido la cosa.

–Lo sé. Pero no puedo evitar preocuparme. Nunca lo había visto tan triste– contestó la menor de los Potter, jugueteando con un mechón de cabello.

–Se llama síndrome del corazón roto Kat. Y contrario a lo que parece, al final se va–. La chica suspiró frustrada –Mi punto es, que no puedes encargarte de él tu sola. Has estado toda la semana cuidando de tu hermano. Ahora date unas horas y ve a vivir. O le romperás el corazón a Sirius y a Remus le dará un ataque de estrés–.

La castaña se detuvo a mitad del pasillo, olvidando a su hermano por unos minutos.

–Y ahí está otra vez ¿Podrías decirme que se traen Remus y tú?– Preguntó a su amiga, colocando las manos en su cintura y alzando las cejas. Su amiga suspiró una vez más, casi deseando que volvieran al tema de James. Lamentablemente para la morena, a Katherine Potter no se le podía engañar tan fácil.

–Es complicado. Me gusta, sí, pero no estoy segura de que sea algo que vaya en serio. Y además ya sabes cómo es Remus, cuando se acerca demasiado a alguien…–

–Vuelve a alejarse. Si, si lo sé– completó Kat, negando con la cabeza. –Creo que el único motivo de que no se aleja de nosotros es porque sabe que no se lo permitiremos– comentó, mientras volvía a avanzar, camino hacia las puertas principales del castillo.

Siguieron caminando en silencio. El lugar se encontraba vacío. El resto de los estudiantes ya se encontraba en Hogmeade o en sus respectivas salas comunes. El día era tan frio, que incluso habían encendido las chimeneas. Pero eso pasaba desde hacía ya un par de años, cuando los dementores se pasaron al lado de quien-no-debe-ser-nombrado.

–Ay no– exclamó la morena, al mirar hacia atrás. Amos Diggory acababa de aparecer en el corredor y se dirigía directo a ellas. Andy la tomó del brazo y la obligó a avanzar más rápido. –Bueno, hasta aquí llego yo–. Se encontraban a un pasillo de distancia de la salida. Distancia suficiente como para distinguir la silueta de Sirius Black, con la espalda apoyada contra el marco de la colosal puerta. No tenía que esforzarse para imaginar la sonrisa egocéntrica y sarcástica que tanto caracterizaba al chico. –Sigo creyendo que estás loca– comentó. Adoraba a Sirius como si hubieran nacido de la misma madre, pero seguía sin creer que su mejor amiga se atreviera a tener una relación romántica con él. Hermano o no, el merodeador seguía siendo el estudiante más mujeriego que jamás había pisado el castillo.

–Probablemente– contestó su amiga, sin apartar la vista del chico. Luego de unos segundos, se giró para mirar a Andy. –De todos modos, tú sigues siendo la loca aquí Ann– Replicó la Potter con una sonrisa.

–Me alegra que lo tengas en claro. Odiaría que me robaras el puesto–. Miró de reojo a la otra punta del corredor, donde Amos seguía acercándose– Tengo que irme. Y no te preocupes, yo me encargo de que James se olvide de la maldición pelirroja–.

Sin una palabra más, Andy salió disparada por una intersección como si estuviera huyendo del mismísimo Lord Voldemort.

–¡Katherine!– la castaña se giró para encontrar a Amos Diggory a tan solo unos cinco metros de ella. El prefecto de Hufflepuff le sonreía con esa sonrisa de “soy tan carismático y las chicas me aman pero te juro que soy la persona más humilde que jamás conocerás”. Kat comprendía porque su mejor amiga no soportaba esa sonrisa. Cualquiera estaría irritado si pretendieran pedirle una cita con esa sonrisa.

–Diggory– saludó.

–¿No va Andy a Hogsmeade?– le preguntó como si estuvieran hablando de una mejor amiga en común.

–No, no– contestó intentando pensar una excusa. –Creo que va a juntarse con Remus en nuestra sala común–.

–Ah, claro– la sonrisa del chico titubeó y frunció el ceño. –¿Ellos están, tu sabes, saliendo o algo?–.

–Mira tengo que irme, Sirius me espera– Kat decidió que dejarle con la duda sería mejor –¡Adios Diggory!–

Y sin más, cruzó por al lado del Hufflepuff y se alejó a toda velocidad.

2

Y Andy cumplió.

Para cuando llegó a la sala común, ya tenía listo el plan “Sacar a Lily Evans de la mente de James Potter”.

Su amigo se encontraba en el sillón frente a la chimenea. Tenía los pies apoyados en uno de los apoyabrazos del mueble y la cabeza en el otro. Aunque de lejos parecía dormido al acercarse la morena pudo ver que tenía los ojos fijos en las llamas, por lo que tomó un almohadón y se sentó frente a él, de forma que no pudiera ignorarla. Sonrió inocentemente, mientras veía al azabache acomodarse los lentes, frunciendo el ceño.

–¿No que ibas a irte con Remus?– preguntó el chico, removiéndose en el sillón.

–Está en la biblioteca. Creo que pensó que lograría hacerme entrar en ese lugar espantoso– contestó la chica, haciendo una pequeña mueca de disgusto. Negó con la cabeza para enfocarse en el motivo por el cual se encontraba allí –de todos modos, he decidido aprovechar para hacerte algunas preguntas sobre quidditch–.

–No es que Andy tuviera algo contra el deporte en sí. Bueno, en realidad era exactamente eso. Era buena volando, pero se le hacía imposible recordar todas y cada una de las reglas y jugar al mismo tiempo. Lo que hacía que las rompiera todas por accidente.

James entrecerró los ojos, mirándola con sospecha.

–Voy a arriesgarme ¿Qué quieres saber?– preguntó, luego de analizar a la chica por varios segundos.

No habían pasado ni quince minutos antes de que el chico se arrepintiera.

Andy lo había atormentado con miles de preguntas y vueltas de tuerca que hacían que el pobre quisiera lanzarse desde la torre de astronomía.

¡Ya te he dicho que no! No puedes atacar a otro jugador con una quaffle. ¡Para eso están las Bludgers!– Exclamó el mayor de los hermanos Potter, con desesperación.

–Pero si un golpeador lanzara una quaffle con su bate y esta entrara en los aros ¿Contaría como punto?– preguntó Andy, intentando contener la risa.

Risa que desapareció cuando vio a Lily Evans entrar en la sala común.

–Mierda– pensó mientras se movía de forma que James quedara de espaldas a la pelirroja. Gracias al cielo, el azabache estaba tan furioso que no sospecho nada. Aun así, no le dio tiempo a festejar, porque la chica de ojos esmeraldas caminaba directo hacia ellos. Andy estaba considerando lanzarle una maldición asesina, cuando que sus miradas se conectaron. Los orbes verdes de Lily no expresaban más que miedo y arrepentimiento. La morena se quedó en silencio, sin saber cómo reaccionar.

James notó que estaba viendo por encima de su hombro, por lo que, confuso, se giró para encontrarse a la pelirroja a tan solo un metro de distancia.

–¿Podemos hablar?– preguntó Lily, dirigiéndose a James. Cuando el chico asintió, Andy supo que era momento de desaparecer.

–Creo, emm… Voy a buscar a Remus– se excusó la morocha. Y sin saber si la habían escuchado siquiera, salió corriendo hacia el retrato.

3

Cuando vio a Andy Anderson entrar en la biblioteca, Remus pensó que el mundo llegaría a su fin. Él y el resto de los que se encontraban allí.

La chica lo divisó en menos de un segundo. Aun así, se detuvo a tomar aire. Había hecho todo el camino corriendo, lo que era algo más fácil de decir que de hacer. Luego de unos segundos, volvió a avanzar hacia la mesa en la que se encontraba el más tranquilo de los merodeadores.

–¿Qué demonios sucedió?– preguntó el chico de ojos miel, al ver a su amiga desplomarse en la silla frente a él, mientras intentaba normalizar su respiración.

–Lily…James. Sala común– respondió la chica.

–Los dejaste solos? ¿Acaso estás loca?– preguntó horrorizado, como si le hubiera dicho que Bellatrix Lestrange estaba en la torre de Gryffindor.

–Según la opinión general, si, si estoy loca. Y sí, los dejé solos– respondió la morena, sarcástica, todavía jadeando. –Creo… Creo que Lily quería disculparse. Ella se veía bastante arrepentida–.

El chico suspiró, aliviado. Había tenido la esperanza de que su pelirroja amiga reaccionara de una vez. Al parecer, al fin lo había hecho. No pudo evitar sonreír. Andy empezó a mirar a su alrededor con curiosidad

–Así que está es la biblioteca. Es…–

–¿Silenciosa?– completó Remus, sonriendo irónico. –Es para que las personas estudien en paz–.

–Lo que explica por qué Sirius y James tienen prohibida la entrada–comentó la chica, con una ligera mueca de disgusto. El oji-miel no pudo evitar sonreír ante la reacción de Andy.

–Vamos– dijo luego, cerrando su libro de transformaciones y poniéndose de pie. –No vaya a ser que estar mucho tiempo aquí te enferme o algo– bromeó.

4

Pasaron varios minutos desde que Andy abandonó la sala común y ni James ni Lily se atrevían a hablar. Se limitaban a mirarse por unos segundos y apartar la vista, nerviosos. Las únicas oportunidades en la que el chico se sentía inseguro, era cuando la pelirroja le dirigía la palabra. Aunque en ese momento exacto, no parecía que fuera a hablarle

Y es que el interior de la oji-verde era un campo de batalla. La mitad de su ser le gritaba que utilizara esas cuerdas vocales que tenía y hablara de una vez, mientras que la otra parte solo pensaba en cuanto tardaría en llegar corriendo a su habitación.

–¿Se supone que eres una Gryffindor?– le decía una voz en su interior.

–Yo no elegí la casa– replicaba la otra parte.

Para su suerte, una tercera parte apareció, y, finalizando la guerra, unificó a Lily nuevamente en una sola persona.

–Pareces una idiota ahí parada Evans–.

Y, por fin, la pelirroja ordenó sus ideas y habló

–Primero de todo quería disculparme– empezó, luego de respirar profundamente. –Te traté muy mal el otro día y la verdad es que no te lo merecías. Honestamente, estaba asustada. Haber visto a tantas chicas llorar por tu culpa me hizo bastante… escéptica, de lo que decías–.

–Supongo que en parte es mi culpa– dijo el azabache, revolviendo su cabello con nerviosismo. Aunque no lo admitiera, se arrepentía bastante. Por años, se había comportado como un completo imbécil, incluso con personas que no lo merecían. Y lo sabía, claro que lo sabía.

–Sí, pero cambiaste. Y yo, yo me negué a ver el cambio– dijo Lily –Así que ¿Sigues queriendo ir conmigo a Hogsmeade?–

James tuvo que repetir la frase en su mente varias veces para asegurarse que había oído bien. ¿Lily, SU Lily, le estaba pidiendo una cita? Nadie se lo habría creído nunca. Tal vez era cierto lo que pregonaba Xenophilius Lovegood años atrás, que lo imposible era imposible solo hasta ser posible

–Sí. Si, por supuesto– respondió James, sin evitar sonreír. Sonrisa que se formó también en el rostro de la oji-verde.


 
 
 

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